1 He aquí, sucedió que cuando Jesús hubo hablado estas palabras, de nuevo miró alrededor hacia la multitud, y les dijo: He aquí, mi tiempo está cerca.
2 Veo que sois débiles, que no podéis comprender todas mis palabras que el Padre me ha mandado que os hable en esta ocasión.
3 Por tanto, id a vuestras casas, y meditad las cosas que os he dicho, y pedid al Padre en mi nombre que podáis entender; y preparad vuestras mentes para mañana, y vendré a vosotros otra vez.
4 Pero ahora voy al Padre, y también voy a mostrarme a las tribus perdidas de Israel, porque no están perdidas para el Padre, pues él sabe a dónde las ha llevado.
5 Y sucedió que cuando Jesús hubo hablado así, de nuevo dirigió la vista alrededor hacia la multitud, y vio que estaban llorando, y lo miraban fijamente, como si le quisieran pedir que permaneciese un poco más con ellos.
6 Y les dijo: He aquí, mis entrañas rebosan de compasión por vosotros.
7 ¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia.
8 Pues percibo que deseáis que os muestre lo que he hecho por vuestros hermanos en Jerusalén, porque veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane.
9 Y sucedió que cuando hubo hablado así, toda la multitud, de común acuerdo, se acercó, con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que padecían cualquier aflicción; y los sanaba a todos, según se los llevaban.
10 Y todos ellos, tanto los que habían sido sanados, como los que estaban sanos, se postraron a sus pies y lo adoraron; y cuantos, por la multitud pudieron acercarse, le besaron los pies, al grado de que le bañaron los pies con sus lágrimas.
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